Hace unos meses les conté que durante los últimos cuatro años, más o menos, me dediqué a entrevistar a escritores, escritoras y personas que trabajan en distintos ámbitos del mundo literario, en diferentes programas de radio. Descubrí un placer enorme en el conversar. Buscaba más que una entrevista de pregunta y respuesta, el escuchar a la persona que tenía al frente para poder abrir temas y conversaciones que excedieran lo que nos había llevado a ese encuentro.
Este año se terminó la radio (ojalá que por un tiempo) y decidí que continuaría generando espacios de conversación con personas que me parecieran interesantes, escritoras que me llamaran la atención, pero en el camino, me encontré con el desafío de tener que traspasar un audio de una hora o más a un texto. En la radio no había nada que editar, lo que se hablaba era lo que quedaba para la escucha del auditor, pero en el mundo escrito, hay que saber cómo armar una entrevista. Es por eso que me metí a un taller de entrevista de Javiera Tapia que dio en la Inquieta Librería (ahora tiene una nueva versión por si les interesa tomarlo).
Sigo el trabajo de periodista de la Javi Tapia hace más de quince años. Yo era un veinteañero, con un sueño frustrado de haber sido periodista musical (todo por culpa de la película Casi Famosos) y me leía todo lo que subían en POTQ Magazine: reseñas de discos, crónicas de conciertos, entrevistas. Muchos de esos textos fueron escritos por una joven Javiera Tapia. Fue bonito poder tomar un taller con alguien a quien uno admira y sigue su trabajo. Me sirvió mucho y creo que me entregó las herramientas que buscaba para poder generar entrevistas con imágenes más narrativas.
Tuve el honor de entrevistar a la escritora colombiana Laura Ortiz Gómez en su paso por Chile hace unos meses atrás. La entrevista más en bruto salió en la Raza Cómica y les dejo el link por si quieren revisarla, pero aquí les vengo a compartir la nueva entrevista que presenté como trabajo final en el taller de la Javi.
Laura Ortiz y sus deseos de lectura
Por Caro Mouat.
Laura Ortiz Gómez nació en Bogotá, pero vivió siete años en Buenos Aires. En esa distancia con su Colombia natal, escribió su primer libro Sofoco (Laurel, 2022), un conjunto de relatos que muestra cómo se vive y se desea cuando hay una guerra de telón de fondo. Al volver a su país, escribió Diario de aterrizaje (Bosque Energético, 2023) un libro que nos habla sobre el partir y la llegada, pero sobre todo sobre la incertidumbre de volver a enamorarse.
Durante los siete años que Laura estuvo en Buenos Aires, vivió en una casa en San Telmo, en el tercer piso con terraza, donde pudo observar los techos del barrio, los árboles y las nubes. Esa casa vieja que la vio desesperar y llorar tantas veces, también le enseñó que las penas y las alegrías a largo plazo se parecen en belleza. Cuando se fue de ahí, le prometió que le haría un libro, le dijo: “yo te voy a hacer en palabras” y así fue como nació su última novela Indócil (Tusquets, 2024) donde le da voz a una casa para que narre una revolución obrera a inicios del siglo XX.
Laura me espera en la terraza del café de su hotel, ubicado en pleno Providencia, con un espresso y una cajetilla de Marlboro corriente. Su lengua es filosa y se contradice con la calidez de su acento bogotano. “Vamos a pelear con el fascismo insistiendo en que somos buenas personas o vamos a meterle cuchillas de preguntas al mundo desde la imaginación”, sentencia en la columna Y, sin embargo, escribo de Cuadernos Hispanoamericanos a inicios de este año.
La ganadora del Premio Nobel de Literatura del 2018, Olga Tokarczuk, nos alerta sobre la «crisis de la ficción»: “La ficción ha perdido lectores, pues mentir que sigue siendo una herramienta muy primitiva, se ha convertido en un arma peligrosa de destrucción masiva”. Ortiz, también se pregunta por este lugar: “Creo que las fake news, que es como el lenguaje de la derecha y el lenguaje de las redes hace que las discusiones no sean posibles. No hay espacio para el pensamiento ni para la complejidad”.
Ortiz Gómez viene de la mediación lectora, del trabajo en bibliotecas públicas, donde lo que importa son las lectoras y lectores; el texto es solo una llama para dar otro tipo de conversaciones, para que les lectores se apropien del texto y lo hagan dialogar con su vida. “Es algo más asambleario donde el texto ya no tiene propiedad, no hay una cosa de autoridad, no hay alguien que está diciendo cómo tiene que ser leído o no. El texto se vuelve un vehículo para movilizar lo personal y lo colectivo”, comenta Laura.
No es casualidad entonces, que al preguntarle por la manera de combatir los discursos repetidos, el lenguaje de la derecha y de las redes sociales, su respuesta sea la lectura: “No sé si es muy conservadora o muy anticuada, pero es la respuesta de la complejización, del tiempo y de la experimentación. O sea, leer es una cosa larga. Leer es una acción de horas, es una acción de apertura enorme porque estás dándole tu tiempo, tu cuerpo y tu imaginación a que una historia te habite. El tiempo para leer se está perdiendo, pero también se pierde la longitud y la complejidad que tiene un texto ficcional que son capas de sentido”.
En Un toro bien bonito, uno de los cuentos de Sofoco, el protagonista encuentra una caja que contiene una carta de su madre fallecida y para entender a esta mujer necesita aprender a leer. Le pasan unas cartillas infantiles y de a poco el protagonista va juntando letras y sílabas hasta escribir: mimamámeama y siente casi como si se hiciera carne. En ese momento, el narrador nos dice: “Jeremías piensa que escribir sirve para conjurar fantasmas. Traer vida a lo que se ama y lo que se odia”. Y es que Laura cree en la función mágica del lenguaje: “A mí todavía me sigue pareciendo loco saber que un libro me va a hacer un mundo con eso. Que poner una letra detrás de otra te da acceso a un universo, es una máquina del tiempo, es una nave espacial”.
La casa como cuerpo
Los personajes que habitan la narrativa de Ortiz son en su mayoría sujetos deseantes: un joven que en el orgasmo puede ver el futuro de su vida, una mujer que se masturba escuchando un cuento ruso en la radio, dos sirvientas que se enamoran en plena revolución: “Transitar el deseo como una manera de romper todo o de complejizarlo, el deseo no es unívoco. Además, el deseo es el vacío, es el otro, es lo que no puedo llenar, entonces es una fuerza de vida porque una vez que cumplo mi deseo tengo otro, me ayuda a caminar y atravesar el mundo”, comenta.
La protagonista de Diario de aterrizaje dice: “El deseo es una promesa del deseo, se funda en una promesa de ese porvenir que no se alcanza”. La escritora, reconoce que el deseo tiene que ver con el capitalismo y la imposibilidad de completarlo, “si no estás sospechando de tu deseo en un contexto capitalista ¿quién eres? Una autómata, alguien que pasa por encima del otro, alguien que consume nada más”. Los personajes al encontrarse con su propio deseo y placer pueden conciliarse con su cuerpo y es la manera que tienen de aparecer en sus libros como sujetos, más allá de ser víctimas o madres o padres o hermanas o hijas. El deseo es la pulsión revolucionaria que se contrapone a lo mortífero que habita sus textos: “La seducción tiene mucho que ver con el gerundio, con la búsqueda del objeto amado pero no su obtención porque no podemos poseer nada en este mundo, pero toda esa aventura de ir a la búsqueda de lo deseado, es tal vez la aventura de la vida”.
Parece que toda la escritura de Laura Ortiz Gómez se funda en la premisa del salto al vacío, en la incertidumbre y el habitar el abismo. “No hay lugar adonde llegar. La casa de infancia ya no existe, ni hace falta, diría Fito Páez. Ese lugar no existe para nadie, hemos sido expulsados y no hay donde volver. Cualquier aterrizaje es inestable, no hay un lugar de retorno, pero eso no quiere decir que sea una intemperie. Sí, estamos expuestos a los elementos, pero somos casas. Paralelamente al diario, estaba escribiendo la novela que era ser una casa y darle voz a una casa y tal vez estaba comprendiendo, aunque suene muy cliché, que la casa es mi cuerpo”.
A pesar de la distancia, me impresiona cuán iguales somos los dos. Te quiero mucho y te deseo lo mejor del mundo. Emerson.
Bogotá, mi capital, fue en su momento conocida como la Atenas hispanoamericana, y no es por menos: confluye en sus calles el intelectualismo como el pan en mercado. Tu escritura es desgranada y permite penetrar en la exposición de la autora —que no es fácil al momento de redactar los hallazgos de una entrevista, porque muchas veces no se le da oxígeno a las letras del entrevistado—, lo que es destacable. Muy amenas las conclusiones a las que llegó Ortíz, y enhorabuena por tu entrevista, que te quedó muy bien ;)