Me enamoré de Buenos Aires a inicios del 2009 cuando tenía 18 años. Recién había salido del colegio y con una amiga queríamos viajar fuera de Chile, empezar a conocer el mundo. Habíamos conseguido un trabajo de promotoras de juguetes en el Jumbo durante diciembre para costear el viaje. Nuestro destino: Buenos Aires. Íbamos a tomar un bus en Los Héroes que duraba 24 horas para abaratar costos. Cuando se acercó la fecha del viaje, nuestras madres nos dijeron que les daba miedo que fuésemos las dos solas, así que sumamos a una amiga más y nos dieron el vamos.
F fumaba demasiado (todavía es un vicio que no logra erradicar). No iba a aguantar 24 horas arriba del bus sin fumar, así que se hizo amiga del conductor que nos dejaba estar en su cabina y fumar adentro. En eso, nos contamos varias cosas, nos preguntó qué íbamos a hacer a Buenos Aires. La verdad es que no teníamos ningún plan. En esa época no existían los celulares inteligentes, ni el GPS, ni el whatsapp, así que pensábamos llegar a un lugar de Informaciones y recorrer lo que nos propusieran. Al conductor le pareció mucho estar un mes solo en Buenos Aires, así que nos propuso ir al Tigre y tomar la Cacciola para cruzar a Uruguay (dos viajes en uno, sonaba una tremenda idea).
Llegamos a un hotel en la zona del Abasto que costaba 5 dólares la noche. No sé adónde fuimos primero. Hay recuerdos borrosos y saltados de ese viaje: una fila muy larga en el zoológico; caminar por Corrientes de día y de noche y entrar a todas las disquerías librerías a escuchar los discos; la feria de los sábados del Parque Francia frente al Centro Cultural Recoleta; comer panchos todos los días; caminar por la 9 de Julio, toparnos el Obelisco de frente y sentir que no era tan majestuoso como lo imaginábamos; recorrer el Paseo Colón; ir a un cyber a mandar correos y ver si teníamos algún mail de nuestros padres; tocar guitarra en la plaza Serrano con unos desconocidos; ir a La Boca, ver la bombonera por fuera; tomar el tren a Tigre, llegar con lluvia; alojar en la casa de Don Omar, un hombre que le faltaban cuatro dedos y nos alejó en su casa; viajar a Uruguay en barco; Montevideo; las playas; el carnaval de Uruguay en Punta del Este; cangrejos en el mar; choclo con mantequilla en la playa; un viaje en auto desde; la carpa y las galletas. En mi diario de ese año tengo una lista de las cosas que me compré: el cd Obras Cumbres de Sui Generis, el Unplugged de Spinetta, Hijos del culo de Bersuit, El amor después del amor y Euforia de Fito Páez y No llores por mí Argentina de Serú Girán. Solo me alcanzó para dos libros: En el camino de Jack Kerouac y el tomo I de las Obras completas de Julio Cortázar.
En ese viaje, supe que quería vivir ahí en algún momento de mi vida.
El 2013 estábamos apunto de salir de la universidad. Yo no sabía muy bien qué iba a hacer con mi vida. Ese año había decidido hacer cosas más académicas, escribir ponencias, ir a congresos, pero no vislumbraba nada para mi futuro. La única decisión que tenía clara era que no sacaría la pedagogía. F me dijo que quería ir a Buenos Aires a buscar cursos de gastronomía, de barista o de café, si la quería acompañar. Reencontrarme con esa ciudad después de cuatro años de estudiar Literatura, sentía que iba a ser el paraíso. Le hablé a mi profe de tesis, me dijo que me fuera no más, que le trajera un cartón de Camel corrientes y un par de libros. Así que partimos en septiembre del 2013, ahora con mucho más presupuesto. De ese viaje recuerdo el paseo por las librerías que me recomendó mi profe de la u: Crack Up (que ya no existe), Eterna Cadencia, los libros usados en Rivadavia, las librerías de Corrientes. F me acompañaba tomando café mientras yo me perdía horas viendo libros. Durante el día íbamos a ver algunas escuelas para ella, después me empecé a animar con la idea de vivir ahí así que fuimos a visitar Puan, la facultad de Filosofía y Humanidades. Cuando volví a Chile estaba decidido que al salir de la universidad me iría a estudiar a Buenos Aires pero aún no sabía qué. Mi profe de la u me dijo que no importaba qué fuera hacer allá, solo necesitaba una excusa y en eso encontré la Maestría de Crítica de Artes en la UNA y nos fuimos el 2014.
Siempre digo que haber vivido en Buenos Aires fue de las mejores cosas que me pasó en la vida. Fueron dos años de descubrirme solo en otro lugar, de aprender a vivir. De fascinarme con su cultura, con sus parques, de perderme en sus calles y también de intentar sobrevivir siendo migrante. Ganaba poca plata trabajando en negro. Tuve trabajos raros, trabajé en la bodega de una farmacia, en una Startup y haciendo clases particulares de lengua, inglés e historia. Pero siempre se salvaba la semana tomando chela con los amigos el fin de semana o yendo al parque a escribir(me).
Cuando volví viajé todos los años hasta la pandemia, el 2017, 2018 y 2019. En todos esos viajes buscaba encontrarme con esa parte mía que había dejado ahí, con mis amistades argentinas y con esa sensación de libertad que habité durante esos dos años. Luego regresé el 2023 y ahora por último en abril de este año.
Este viaje se sintió distinto o quizás más parecido a lo que había sido hace diez años atrás. Argentina está cambiado, todo está caro y uno ya no se puede dar el lujo de desayunar, almorzar y salir en la noche. Hay que escoger una sola cosa porque la economía no da. Si me sorprendió que la vida en el afuera sigue siendo algo importante para los argentinos, los parques llenos los fines de semana, las cafeterías con personas mayores conversando acaloradamente como están acostumbrados a hacer. Los discursos de odio han calado profundo. Por primera vez me sentí muy observado, miradas inquisitivas, que juzgaban mi apariencia, el ir de la mano con mi pareja. Pero todavía se conserva algo de amabilidad. El ser muy bien atendido en una librería, el poder conversar con personas sobre libros y artes. Un domingo en la noche ir a escuchar una lectura en el Bar Soria con cuatro escritoras increíbles (entre ellas, Camila Fabbri y Tali Goldman) mientras te tomas un vermut y te fumas un tabaco. Un paseo al Tigre, recorrer los museos y volver a maravillarme con la muestra permanente del Museo de Bellas Artes al verlos a través de los ojos de M. Conocer Fundación Proa y perdernos un par de horas en su librería enorme con un catálogo maravilloso. Encontrarnos con amistades chilenas allá y terminar nuestro viaje con una comida espectacular en el CHUÍ. Volví a ser feliz en ese lugar. Volví a maravillarme y nunca dejo de descubrir nuevos rincones. Pienso en todas las versiones de mí que ha conocido Buenos Aires. Cuánto he cambiado en estos 16 años desde la primera vez que lo visité, pero lo que ha no cambiado es mi amor por ese lugar que sigue intacto.
Una sensación compartida ❤️
Guau, lo leí con lágrimas en los ojos. Soy Argentina, nacida y criada en Buenos Aires. Y tu texto me hizo darme cuenta de cuántas cosas damos a veces por sentadas por tenerlas al alcance la mano, porque muchas de las cosas que mencionaste las hago como planes de fin de semana casi siempre, con amigos o con mi familia: pasear por el Tigre, ir a la feria de Plaza Francia o a caminar por Belgrano. Siempre hay algo nuevo para descubrir en esta ciudad tan maravillosa, gracias por abrirme los ojos de lo especial que es vivir acá y de la fortuna que eso significa. Y sí, quizás no sea nuestro mejor momento a nivel país, pero la calidez humana es otra cosa 🫂 un abrazo